Treinta zombis en hilera
horripilan a cualquiera.
Caminan juntos, y el caso
es que nadie pierde paso.
Si el primer zombi vacila,
vacila toda la fila.
Si va bailando al compás,
bailan los demás detrás.
Si se da con un obstáculo,
comienza el gran espectáculo,
porque cada zombi errante
se da con el de delante.
Una noche de febrero
el zombi que iba el primero
se puso a mirar la luna
y se cayó en la laguna.
¡Vaya enfado el de la tropa,
que terminó hecha una sopa
y estornudando un montón
por culpa del remojón!
Si el zombi que va en cabeza
bosteza y se despereza,
hay veintinueve bostezos
entre traspiés y tropiezos.
Si el que dirige se pierde,
el resto lo pone verde,
pues todos ─¡qué sofocón!─
dan vueltas sin ton ni son.
Esta tropa atolondrada
no asusta nada de nada
y es que allá por donde pisa,
más que dar miedo, da risa.
CARMEN GIL